sábado, 16 de julio de 2011

Secretos de Hemingway (contados por Colm Toibín)

En un fragmento eliminado de su relato El gran río de los dos corazones, Ernest Hemingway escribía a propósito de su alter ego: "Quería escribir como pintaba Cézanne. Cézanne empezaba por emplear todos los trucos. Luego lo descomponía todo y construía la obra de verdad. Era un infierno... Quería... escribir sobre el campo de forma que quedase plasmado como había conseguido Cézanne con su pintura... Le parecía casi un deber sagrado". En su remembranza de sus primeros años en París, París era una fiesta, Hemingway escribió también sobre la influencia que había tenido en él el pintor francés cuando estaba aprendiendo su oficio: "Estaba aprendiendo de la pintura de Cézanne algo que hacía que escribir simples frases verdaderas no fuera suficiente, ni mucho menos, para dar a los relatos las dimensiones que yo quería darles. No sabía expresarme lo bastante bien como para explicárselo a nadie. Además, era un secreto".

El secreto estaba en las pinceladas de Cézanne, cada una abierta y de textura visible, con repeticiones y variaciones sutiles, cada una llena de algo parecido a la emoción, pero una emoción profundamente controlada. Cada pincelada trataba de captar la mirada y retenerla y, al mismo tiempo, construir una obra más amplia, en la que había riqueza y densidad, pero también mucho de misterioso y oculto. Eso es lo que Hemingway quería hacer con sus frases. Después de contemplar la obra de Cézanne por primera vez en Chicago, luego en los museos de París y en casa de su amiga Gertrude Stein, lo que deseaba era seguir el ejemplo de esta última y escribir frases y párrafos a primera vista simples, llenos de repeticiones y variaciones extrañas, cargados de una especie de electricidad oculta, llenos de una emoción que el lector no podía encontrar en las propias palabras, porque parecía vivir en el espacio entre ellas o en los repentinos finales de algunos párrafos determinados.

Así, en París era una fiesta, Hemingway pudo escribir: "Pero París era una ciudad muy antigua y nosotros éramos jóvenes y nada era fácil, ni siquiera la pobreza, ni el dinero repentino, ni la luz de la luna, ni el bien y el mal, ni la respiración de la persona que yacía junto a ti bajo la luna". En esa frase consigue manifestar muy poco pero sugerir mucho; en el original inglés, de las 41 palabras, 27 son monosílabas. Eso hace que el lector se sienta cómodo, como si se estuviera diciendo algo sencillo.

martes, 12 de julio de 2011

El lector es un fingidor

Cuento mi vida pero lees la tuya.
Nombro un paisaje de mi infancia y tú visitas
-tramposo- aquel camino de arena hacia la playa
por donde corre un niño feliz, que no soy yo.
Actúas siempre así, lo sé por experiencia.
¿Que importa que yo tenga un nombre propio?
Tú lo expropias. Si hablo de mi pueblo,
es tu ciudad. Se transfigura en álamo
el pino de mi casa. Mis amigos
son mis desconocidos de repente.
Y hasta mi amada es ya tu amada.
Yo cuento sílabas, tú cantas, silbas
poniendo música a mis letras, musicando
al ritmo que te gusta.
De todo cuanto digo escuchas sólo
lo que a ti te interesa, quizá lo que no dije,
sin que haya forma así de no entendernos.
Te entiendes y me entiendo, porque al pasar la página
vuelves mis versos del revés, reversos
tuyos. Debí de sospechar
de ti, que no te ocultas,
que robas a la luz amable de una lámpara.
Yo soy el que me oculto. Cuando escribo,
tú vives y eso es todo. Como te dijo Bécquer:
Poesía eres tú.
Y yo el poema.


Enrique García-Máiquez.
Casa propia, Renacimiento.

jueves, 7 de julio de 2011

La erótica del papel


Ya han llegado a nuestras bibliotecas, esos templos de bibliofilia que sobreviven aún en medio de este mundo de identidades digitalizadas. Desde hace años no hay congreso de editores ni feria de tecnología que no le dedique atención, palabras y debates. Poco a poco, se ha posicionado como favorito de las listas de regalos estrella; se colará en las aulas y acabará por ser uno más en nuestras vidas. ¿Quién duda del futuro del e-book?


Quienes hablan del “futuro”, a veces, nos transmiten implícitamente la idea de “muerte”. Sí, parece cada vez más claro: el libro -el de papel, el de toda la vida- se ha convertido en un vejestorio que poco casa con nuestras actuales vidas digitales. Los libros son pesados, voluminosos, caducos, olientes… cualquiera diría que están vivos. El e-book viene a salvarnos de la pesadez del mamotreto de páginas, a aliviar la carga de la curvada estantería que ya no soporta ni un premio literario más.

Los defensores de la renovación editorial no dejan de recordarnos que el libro no es una realidad inmutable. La historia de los soportes de la escritura, de los modos de producción y consumo nos demuestra que está lejos de ser un objeto imperturbable. Los tecnófobos, a la contra, no reconocen a su amado libro en el nuevo formato. Pero, ¿qué es el libro? ¿el contenido o el objeto completo?

En cierta ocasión escuché decir a Saramago que la lectura de un libro electrónico le parecía una acción similar a hacer el amor sin estar acompañado. Le entendí perfectamente.
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